martes, 4 de agosto de 2015

CRÓNICA DE UNA NOCHE ANUNCIADA: EL TIEMPO, EL IMPLACABLE, EL QUE PASÓ.

Hace apenas unas horas ayer era hoy, es decir 4 de agosto, y yo estaba en Ayacucho 555 a las 19 hs asistiendo a la conferencia “El tiempo de la novela”, a cargo de Juan José Becerra, con la coordinación de Violeta Serrano y Carlos Skliar.

Y debe ser cierto, como se afirmó allí, que la magnitud del tiempo no se mide con un reloj sino por la percepción que tenemos de él según lo que hagamos sea placentero o desagradable, porque a mí las dos horas se me pasaron volando, como ese pájaro que se puso como ejemplo de momento intenso y efímero.

De la charla me quedó que el tiempo es como una lluvia que nos empapa metafóricamente con agua del río de Heráclito, cauce que el filosofar convirtió en devenir que nos atraviesa como nosotros lo atravesamos en una sucesión de vivencias que el artista busca representar en su obra con mayor o menor suerte.  

Siguiendo el hilo del discurso, cada individuo percibe la realidad conforme al momento que está viviendo, con sus premisas, criterios, sensaciones y estados de ánimo, y por esa razón diferenciar los distintos tipos de tiempo es un ejercicio intelectual que solo sirve para que no nos tilden de alienados o ignaros.

La novela es el género de la duración, se dijo, en contraposición con el cuento o la poesía, que representan un momento breve e intenso. La novela se asume como reparación de una realidad que no nos deja tiempo ni siquiera para pensar en las implicancias del no-tiempo, es decir, de todo eso que dejamos de experimentar precisamente por estar viviendo conforme a las pautas de una sociedad que nos adocena con unos lavados de cerebro tan sutiles como efectivos.             

Pienso, en línea con lo que se trató en la charla, que no se puede recrear el tiempo pasado, ni con exactitud ni con aproximación, puesto que como muy bien señaló Juan José Becerra, la memoria es selectiva y además padece de lapsus diversos, y esa es la razón por la cual toda pretensión de reconstrucción del pasado termina en una ficción.

Por último, rescato la definición de escribir como acto bestial, es decir conducido por el instinto de nuestro cerebro primitivo y no por el intelecto, que es racional y limitativo. Sentarse a escribir con regularidad y con ese solo propósito, y hacerlo con disciplina, sin detenerse a meditar sobre lo que se escribe ni corregirlo, es la fórmula de Juan José para no detener la fluencia del relato.

Y el tiempo pasó implacable, y nos fuimos con él.  


 CT   

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