sábado, 22 de agosto de 2015

MATERNIDAD, AMATERNIDAD, INMATERNIDAD: PASEN Y VEAN, HAY PARA ELEGIR

Tener o no tener hijos, esa es la cuestión

El disparador de este texto fue el artículo periodístico “El tabú de no querer tener hijos”, de Ana Ramil para “La Opinión A Coruña”, que Flavia Company colocó en su muro de Facebook.

Por Carles Tàvec

Comienzo confesando que quien escribe estas reflexiones deshilvanadas sin más pretensión que ordenar su propio pensar, (tiene) ha tenido (tuvo) una hija que ya cuenta con 28 años de edad, consecuencia de un matrimonio heterosexual que duró 23. Soy consciente de que mi vida fue una a partir de su nacimiento y podría haber sido otra muy diferente sin ella; pero puestos a elegir, diría el Nano, no me asisten motivos de queja. En Argentina decimos que con el diario del lunes es muy fácil saber lo que pasó el domingo, pero estando en sábado solo podemos conjeturar “lo que vendrá” -título de un cautivante tango de Astor Piazzolla-, pues no hay manera de predecir el futuro.

En el párrafo anterior, escribí entre paréntesis el presente del verbo tener del modo indicativo y dejé vigente el pretérito perfecto compuesto, cuando tal vez debería haber usado el pretérito perfecto simple, también entre paréntesis, porque en verdad no sé si todavía la hija que tengo es mi hija, y no me refiero al ADN sino a que dudo que pueda seguir ejerciendo la función de padre sobre un ser que en líneas generales no necesita que lo alimenten ni lo vistan ni lo lleven a la escuela ni lo protejan, ni otras etcéteras, cosa que ella así me lo hace saber cada vez que puede. No me imagino a otros mamíferos, pongamos un jaguar, por caso, sobreprotegiendo a sus crías cuando estas ya pueden procurarse alimento por sí mismas, y sin embargo no me imagino desentendiéndome de mi hija de la misma manera ¿Por qué? ¿Me pasa solo a mí? 

Tener un hijo (engendrarlo) o no, es el gran dilema que enfrentan en algún momento las parejas, sean heterosexuales o no. Y lo mismo pasa con la adopción ¿En qué consiste ese dilema?

Antes de intentar respuestas, una digresión: en los párrafos anteriores utilicé deliberadamente el verbo “tener” y el pronombre posesivo “mi” para poder denunciar aquí el abuso que hacemos de ellos. Tenemos frío como tenemos un pullover. Tenemos un resfriado de la misma manera que tenemos el dinero para comprar un analgésico antifebril. Tenemos un hijo como tenemos un teléfono celular “inteligente”. Y utilizamos el pronombre posesivo para referirnos a otras personas como si fuesen de nuestra propiedad: “mi” hija, “mi” mujer, “mi” marido. Esto no es casualidad en las sociedades actuales, sino la consecuencia de que por diversos mecanismos “tenemos” muy internalizado el derecho de propiedad y lo hemos extendido más allá de sus límites racionales hasta sentirnos dueños de todo cuanto nos rodea: nos asalta la ilusión de poseer tanto cosas como personas. Si Diógenes de Sinope resucitara, su vida se apagaría de pena en un nanosegundo al ver en qué nos hemos convertido los seres humanos.

Y aquí vamos arribando al intento de respuesta a la pregunta ¿en qué consiste el dilema de tener o no tener hijos?

Los condicionamientos familiares, compuestos de la tradición, los hábitos y las costumbres, junto con las normas de convivencia impuestas por el tipo de sociedad en que vivimos, necesarias para reproducir las condiciones de su existencia, nos imponen una serie de mandatos que al cumplirlos nos colocan del lado de los buenos, en contraposición con los díscolos, los rebeldes, los descarriados, las ovejas negras que forman una minoría perseguible y exterminable, aunque no físicamente pero sí con métodos fascistas, discriminatorios, que buscan domarlos y traerlos de nuevo al redil “para que se dejen de joder” Estamos empantanados en el sistema binario: encendido/ apagado, blanco/ negro, bueno/ malo, hombre/ mujer, y pareciera que no hubiese espacio para “terceras posiciones” Es tener hijos o no tenerlos, como si se tratara de religiones y no nos cupiera el derecho de no aceptar ninguna.

En las sociedades actuales se da por sentado que un ser humano feliz es aquel que ha formado una familia, que ha progresado materialmente hablando, que llegó a obtener un empleo bien remunerado con el que bancar los costos de su nivel de vida y de sus propiedades (viviendas, automóviles), y cuya máxima prueba de adaptación es ser titular de una cuenta bancaria o varias, de una tarjeta de crédito o varias, y estar endeudado, que en EEUU es el símbolo más claro del pertenecer. La base de toda la estructura social es el consumo, y así como muchos negocios viven del automóvil (talleres de mantenimiento, fabricantes de neumáticos, compañías de seguro, refinerías, estaciones de servicio), muchos otros abastecen la demanda relacionadas con los niños (cremas, perfumes pañales, leche especial, cochecitos, ropa, juguetes, espectáculos, discos, pediatras y hasta psiquiatras)

La consecuencia del buen pasar es el individualismo (no confundir con individualidad) que incentiva el comportamiento egoísta frente a quienes no gozaron de la misma suerte, hasta que sobreviene una crisis como la de fines de 2008 y todo aquello que habíamos obtenido por adaptarnos al sistema se desmorona como un castillo de arena barrido por la marea. Podemos pasar de excluyentes a excluidos sin solución de continuidad y debemos comenzar de nuevo, dado que en el sistema solo sobreviven los más aptos, es decir, los que saben engañar mejor y aprovecharse de los demás. Por ser argentino sé de qué hablo, ya que en la historia del siglo XX hemos atravesado varios momentos críticos en los que sin embargo solo una minoría tomó cabal conciencia de la realidad, pues después de los penosos reacomodamientos la mayoría hacía como si nada hubiese sucedido. Así de condicionados estamos. Aunque sepamos que nada es para siempre, hacemos como si.   

El único modelo de familia como célula madre de la sociedad, fue, durante todo el siglo XX y parte del siglo XXI, el heterosexual. El hombre como proveedor salía a trabajar y la mujer se quedaba en casa criando a los hijos y ocupándose de las tareas domésticas.

Esa manera de entender el matrimonio fue evolucionando lentamente a medida que las mujeres, al igual que las llamadas minorías sexuales, iban logrando conquistas sociales hacia la igualdad de derechos, y hoy la situación es muy diferente de la que era apenas unos pocos años atrás, incluyendo el avance en los métodos de anticoncepción que permiten vivir una sexualidad más plena. 

Hay nuevas formas de unión que ya no se basan en la heterosexualidad, y cada vez son más los individuos que se atreven a replantear su modo de vida para estar en consonancia con sus deseos, pese a lo cual seguimos viviendo en sociedades que tienden al conservadurismo contando para ello con poderosos mecanismos de comunicación social que condicionan la toma de conciencia y buscan estandarizar las conductas. Estos métodos se usaban ya en Estados Unidos a principio del siglo XX, y para enterarse basta buscar datos sobre el sobrino de Sigmund Freud, Edward Bernays, que inventó las relaciones públicas y amasó una fortuna creando consumidores y manipulando su comportamiento.

En todas las épocas hay una lucha perpetua entre el individuo y la sociedad. La mayoría sucumbe, pero una minoría resiste.

Hasta aquí las imposiciones (la obligación de tener hijos es una) que, como dos brazos de una tenaza, (la familia y la sociedad) nos van oprimiendo hasta exprimirnos; pero ¿en qué rincón de nuestra psiquis quedaron los deseos, nuestras ganas de ser no eso que quieren que seamos, sino nosotros mismos, con nuestras dudas, nuestras contradicciones, nuestras zonas oscuras, que sin embargo nos hacen auténticos?

Esos deseos, que de ser cumplidos nos causarían una extrema tensión con el entorno, insoportable para la mayoría, son expulsados por nuestra actividad consciente hacia la zona inconsciente de nuestra psiquis, donde quedan guardados bajo siete llaves junto con los episodios desagradables o intimidatorios que hemos vivido, aunque no inactivos sino provocando síntomas de neurosis por mecanismos de compensación que muy bien explica Carl Gustav Jung. Úlceras, contracturas musculares, distrés, ataques de pánico, son solo algunas manifestaciones de desarmonía entre cuerpo y mente.          

Ocurre que para vivir en sociedad interpretamos el rol de personas (máscaras) y es más común de lo que se cree que terminemos creyéndonos el papel que desempeñamos en detrimento de lo que realmente somos. Como pasa con el iceberg, la parte más importante de nosotros está sumergida, no la podemos ver ni entrar en contacto con ella a no ser por los sueños o con psicoterapia, que son una especie de ventana por donde algunos rasgos inconscientes logran filtrarse. Por eso llegar a saber quiénes somos y qué queremos realmente es un proceso penoso que sin embargo resulta imprescindible para liberarnos de las ataduras que nos limitan. 

No se es menos hombre por lavar platos, comprar frutas o verduras, o cambiar pañales, y no se es más o menos mujer por haber engendrado hijos o no. De lo contrario, todas las mujeres que a corta edad por una causa o por otra hubieran perdido la capacidad de procrear serían menos mujeres y solo les cabría el suicidio, y claramente no es así porque donde hay vida hay esperanza y se puede barajar y dar de nuevo.  

Lo importante es que la decisión de engendrar un hijo o adoptarlo sea tomada a conciencia, desobedeciendo mandatos o presiones, a equidistancia del machismo y del feminismo, y haciéndose las preguntas de rigor: ¿deseo realmente tener un hijo? ¿Para qué quiero tener un hijo? ¿Estaré a la altura de la responsabilidad y la dedicación que implica tener un hijo? 
Sea por sí o por no, lo que cuenta es dejar en claro que lo “normal” es lo que hace la mayoría, y eso no es sinónimo de bueno ni de malo. Si lo normal es “tener” hijos, la excepción confirma la regla, y por lo tanto no tener hijos está más que justificado.

Quiero terminar esta perorata refiriéndome a los llamados días “D”, que han proliferado como yuyos en el campo, y se relacionan con el tema de este texto en cuanto existen el día de la madre, el día del padre y el día del niño.

Mi utopía es que esos días comerciales, que se establecen con el claro propósito de incentivar el consumo, se deroguen y en su lugar se instaure el día del ser humano. Mis razones son humanitarias. Pensemos en cómo podría sentirse, qué podría festejar un niño huérfano el día del padre o el día de la madre, y cuál sería nuestro sentimiento el día del niño si hubiésemos perdido a nuestro hijo en un accidente o por enfermedad.

Mi utopía no es realista, porque ninguna utopía lo es por definición, pero de utopías también se vive.
  

       

martes, 18 de agosto de 2015

ENTREVISTA A RAFAEL CHIRBES, DE VIOLETA SERRANO PARA EL DIARIO ARGENTINO LA NACIÓN

 

"En mi trabajo literario procuro poner cuanto sé"


Entrevista con Rafael Chirbes. El escritor español obtuvo recientemente el Premio Nacional de Narrativa de su país, dotado con veinte mil euros, por su última novela, En la orilla. El hombre que lee sin desmayo desde los tres años, cuando aprendió por obligación de su padre, trabajó como librero y ha desarrollado una obra crítica de la situación política de España. Por Violeta Serrano

A Rafael Chirbes (Valencia, España, 1949) su padre lo obligó a leer desde los tres años. No mucho después, tuvo que recorrer varios colegios para huérfanos de ferroviarios. Más tarde, trabajó como librero y como crítico literario, siguiendo la orden del padre como si fuera ley, exacerbándola. Tanto que ahora, a sus 65 años, ha sido galardonado con el máximo reconocimiento que otorga el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del gobierno de España: el Premio Nacional de Narrativa, dotado con 20.000 euros.
Algunos pensaron que lo iba a rechazar, igual que el año anterior ocurrió con Javier Marías. Éste alegó que aceptarlo sería incurrir en una "sinvergonzonería". Chirbes no es de la misma opinión. A pesar de condenar tanto dentro como fuera de la ficción la situación política de España -no sólo del actual gobierno del PP, sino ya desde la Transición a la democracia tras la muerte de Franco-, asegura que el premio lo concede un jurado cuyos miembros él desconoce y que, por lo tanto, considera imparcial. Aclara, además, que España no está sumida en una "dictadura sanguinaria", si bien a él no le temblaría la voz en caso de tener ocasión de decirle a Wert, ministro actual de Cultura, lo que piensa de su gestión. Parece que, por mucho que se sospeche, a este escritor mayúsculo no lo van a amansar tan fácilmente. No hay más que leer su obra para intuir que sería extraño, como mínimo, que cambiase la dirección que viene tomando desde su juventud.
Rafael Chirbes está cansado de la prensa. Es comprensible. Vive en una montaña, en un pueblo apartado del sureste español, cercano a Beniaberg, en la provincia de Alicante. Allá dicen que hay, sobre todo, libros. Y dos perros. Lo más preciado en la casa es la soledad del artesano que, lamentablemente, estos días se ha visto interrumpida. De hecho, desde el éxito de su anterior novela Crematorio, Premio de la Crítica en 2007, la calma se empezó a resquebrajar porque, de algún modo, Chirbes estaba sobrepasando la línea de eso que llaman "escritor de culto". No ayuda nada a evitar tal rumbo lo que está suponiendo este último libro que, además de repetir aquel premio, ahora se convierte en joya nacional y, por supuesto, en éxito editorial: derechos de traducción vendidos a Alemania, Italia y Francia, entre otros, más adaptación teatral en ciernes. Un quebradero de cabeza para quien entiende su oficio como una labor artesanal que comporta, como una de sus herramientas básicas, la concentración y el silencio.
Hace veintiséis años que Rafael Chirbes publicó su primera novela, Mimoun, finalista del Premio Herralde entonces y punto de partida, -hoy lo podemos constatar-, de una obra magna comparable a las de los grandes clásicos de la literatura europea del siglo XIX. De hecho, así lo aseguró el jurado, quien comparó su capacidad de retratar la realidad social circundante con la que en su día demostraron Charles Dickens o Victor Hugo al pintar las realidades de Londres y París respectivamente. Lo que Chirbes consigue, con destreza de orfebre, por cierto, es mirar alrededor: grabar, sacar la cámara y transcribir lo que ve. Así dicho pareciera la primera regla del Realismo al estilo de Flaubert. Y, en cierto modo, algo de eso hay. Lo admira, sí, pero su guía, confiesa, en este caso ha sido Benito Pérez Galdós.
Durante la escritura de En la orilla, Chirbes releía el inicio de la cuarta serie de los Episodios Nacionales, ambientados en la España de Isabel II. Según el propio escritor afirma en un homenaje a Galdós publicado en el diario El País, es aquel:
Un momento de oportunidades. Los bienes desamortizados sirven para enriquecer a los especuladores inmobiliarios; los usureros y los burgueses de nuevo cuño adquieren títulos de nobleza mientras la vieja aristocracia que no ha sabido adaptarse se arruina, la Iglesia mueve sus hilos entre las sombras, el nepotismo y la corrupción minan la Administración del Estado, los militares se pelean por el poder y manejan la desesperación de los de abajo, que son quienes aportan la ración de sangre en el tiovivo de una España intrascendente y trágica.
Si uno lo piensa detenidamente, nada demasiado alejado de la situación en la que se ha visto inmersa España en los últimos años. Pero En la orilla es mucho más que una novela sobre la crisis: supone una radiografía descarnada de la verdad del ser humano. Tomando como punto de excelencia la importancia del tono sobre la trama, como es típico en su escritura, Rafael Chirbes construye personajes anónimos que prueban que la talla de la gran literatura reposa, sin duda, en la maestría de la presentación que corre a cuenta de su artífice.
-¿Cree que la novela ha funcionado porque hoy el lector se siente identificado o porque, habiendo o no crisis, lo que retrata En la orilla es la esencia misma del ser humano?
-Un poco en broma digo que los gobiernos español y europeo me han ayudado a escribir este libro, les han dado a mis personajes la desolación que yo he intentado contar. Es cierto que esta novela, que no da facilidades al lector, que además es hirsuta, que cuenta cosas que en principio uno no querría escuchar, de repente se ha conectado no sólo con la crítica sino también con el público de un modo que me resulta sorprendente. Francamente, no lo esperaba. Parece que la mirada de mis dos últimas novelas ha encontrado aquiescencia, parece que el tiempo de los libros se compadece con el del lector, algo que no había ocurrido con mis anteriores novelas, que, sin embargo, tienen similar ambición literaria y textura moral. Ojalá se trate de que expresan valores profundos y no sólo de una cuestión oportunista. En mi trabajo literario procuro poner cuanto sé, cuanto soy, y tengo la ambición, seguramente ingenua, de que mis libros duren cinco minutos más que yo. Ya sé, ya sé que es difícil.
-Algunos, ya sea por envidia o por considerar que la literatura debe ir hacia otro lado, dicen que lo que usted ha hecho es otra vez lo mismo, como si los premios en España se los dieran siempre a un Galdós.
-Ha habido en España una estúpida prevención hacia la literatura que trabaja los materiales estéticos sin perder de vista el exterior, sabiendo que no hay juego de palabras que no sea un arma, porque las palabras son contenedores del exterior y su orden no es nunca inocente. Como digo en Por cuenta propia, me sorprende que quienes afirman estar al servicio de la literatura en toda su pureza la rebajen y la conviertan en un juego como de casa de muñecas y le arrebaten su responsabilidad, su peso social. Olvidan que Flaubert no es sólo un buen prosista, sino que es el cronista de la revolución del 48 con La educación sentimental y un hombre que escandaliza a los escritores refinados de su tiempo, que lo consideran inmoral, vulgar, autor de prosa forense y lastrado por una mirada de cirujano cuando publica Madame Bovary. Hoy los esteticistas lo veneran, olvidando lo que pretendió y lo que significó. Cernuda, a quien tanto veneran y sacan de contexto los esteticistas, llama tontos a quienes desprecian a Galdós sin darse cuenta de su exquisita técnica literaria. Los invita a leer los Torquemada para descubrir que el flujo de conciencia había sido utilizado por el español de modo magistral unos cuantos años antes de Joyce. Es como si sólo se dominara la técnica literaria cuando uno se pone de espalda a la vida. Yo creo que más que una discusión estética, detrás de esas actitudes hay una lucha social y política, y el temor de perder el escalafón de élite de ciertos escritores que basan su poder en convertir la literatura en una actividad iniciática; en realidad, no es otra cosa que reclamarse la exclusiva en el papel de chamanes de las clases superiores.
-En todo caso es cierto que, tal vez como estrategia comercial, de usted han dicho hasta el hartazgo que es el gran escritor de la crisis española. ¿No cree que hablar de "crisis", en España en este caso, pero también en Europa en general, es un reduccionismo, teniendo en cuenta que en países de América Latina, como la Argentina, sin ir más lejos, llevan toda una vida viviendo en "crisis"?
-No creo que se trate de una estrategia comercial calculada. Cuando los periodistas hablan de novelas de la crisis, más bien me parece que es esa cosa del periodismo de buscar un titular, algo que impacte, condensar un libro con una frase que pueda atrapar a quien lee. A mí siempre que me preguntan acerca del tema de estos libros -Crematorio y En la orilla- con temas en apariencia más actuales, no hablo de novelas de la crisis, más bien digo que en ellos he intentado una indagación acerca de la textura del alma de mi colectividad a principios del siglo XXI. En realidad, forman parte del ciclo que inicié hace casi treinta años, un intento por contarme quién soy, dónde estoy: como he escrito en alguna parte, una forma de bracear para no ahogarme, para no perderme, búsqueda de una forma de conocimiento y de verdad que sólo encuentro escribiendo. Del mismo modo, creo que la literatura latinoamericana que más me interesa cuenta de su sociedad algo parecido a lo que yo intento contar aquí. La grandiosidad o pequeñez de las novelas no está en lo tremendo de los temas, sino en cómo nos enseñan a mirar de un modo nuevo esos temas. Uno puede aburrirse leyendo páginas en las que aparecen atrocidades porque tiene la impresión de no aprender nada que no sepa de antemano, y en cambio, puede crecer leyendo una historia que, despojada del código literario, sería trivial.
-Cuéntenos en qué punto el libro es también un homenaje a Manuel Puig a través del personaje de Liliana, con el que usted introduce la temática de la inmigración latinoamericana en España.
-Inventé el personaje de Liliana, que es un contrapunto de vida en la novela, pensando en esas mujeres de Manuel Puig, de novelas como La traición de Rita Hayworth o Boquitas pintadas.
-He leído que tiene usted una anécdota con el escritor argentino.
-Imagino que la anécdota a la que usted se refiere es lo que ocurrió en la Feria del Libro de 1977 y suelo ponerlo como ejemplo de que la buena literatura se sostiene sobre sí misma y la mala no hay manera de apuntalarla con halagos o con premios en cuanto le cae el tiempo encima. El año anterior había quedado como uno de los finalistas del Planeta Ramón Tamames, con una bochornosa novela titulada Historia de Elio, pero, claro, eran los años de la inmediata transición, Franco acababa de morir, Tamames era un dirigente del partido comunista y yo trabajaba en una librería de gente muy cercana al Partido Comunista de España (PCE). La misma tarde coincidieron Ramón Tamames y Manuel Puig, un escritor al que yo admiraba -y sigo admirando- y a quien había invitado a la caseta para firmar. La cola ante Ramón Tamames era interminable, saludaba a todo el mundo con gestos ampulosos, hablaba en voz alta, mientras que, en una esquina, Manuel Puig y su madre permanecían en silencio y apenas aceptaron un vaso de agua o un té, ahora no recuerdo. Aquella tarde, el gran Manuel Puig sólo firmó media docena de ejemplares que yo les di bajo mano a algunos amigos. Poco importaba aquello: sus libros estaban ahí, vivos, como siguen estándolo hoy, estupendos, mientras que el otro, ante quien se agolpaba la gente, firmaba un cadáver que empezó a pudrirse en cuanto callaron los críticos vendidos que fueron capaces de alabarlo durante un par de meses. Es una lección para los jóvenes que aspiran a ser escritores: lucha con tus textos, y no busques apoyo exterior. La capacidad de resistencia de lo que hagas estará en el interior del libro y no en los apoyos que negocies fuera.
-En una ocasión usted declaró que no espera del futuro "más que cosas malas", que "cuando uno abre el periódico, sólo ve la miseria por todos lados volviendo a caballo, y se tiene la sensación de que todo el mundo vive peor que hace diez años". En este sentido, me gustaría saber si tiene usted hijos.
-No tengo hijos reconocidos, pero veo al género humano reproducirse, y a la naturaleza regenerarse, ambos, seres humanos y naturaleza, cada vez con más dificultad y hasta con más desgana


viernes, 14 de agosto de 2015

MARCELA SE DEFIENDE - fragmento del capítulo XIV Primera Parte del Quijote



…Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grísóstomo ni a otro alguno, en fin de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mí mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito. El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es excusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase de aquí adelante que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque a quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas. Tengo libre condición y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a éste, ni solicito a aquél, ni burlo con uno, ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas v el cuidado de mis cabras me entretienen; tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera. Y en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras (de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos) de quererla seguir, sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual, visto por don Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces, dijo: -Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive. O ya fuese por las amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijo que concluyesen con lo que a su buen amigo debían, ninguno de los pastores se movió ni apartó de allí hasta que, acabada la sepultura y abrasados los papeles de Grisóstomo, pusieron su cuerpo en ella, no sin mucha lágrimas de los circunstantes. Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tanto que se acababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer con un epitafio que había de decir desta manera:

Yace aquí de un amador
 el mísero cuerpo helado,
que fue pastor de ganado,
perdido por desamor.
Murió a manos del rigor
de una esquiva hermosa ingrata,
con quien su imperio dilata
la tiranía de amor. 

martes, 11 de agosto de 2015

ENTREVISTA A FLAVIA COMPANY POR SU NOVELA “QUE NADIE TE SALVE LA VIDA”

Por Benito Garrido para CULTURAMAS, la revista de información cultural en Internet – 27/09/2012

A propósito de su última novela titulada Que nadie te salve la vida (Editorial Lumen, 2012), hemos entrevistado a la escritora Flavia Company.
Flavia Company, escritora, traductora y periodista, nació en Buenos aires en 1963, y se licenció en Filología Hispánica en la Universidad Autónoma de Barcelona. Su primera novela fue Querida Nélida (1988) a la que siguieron Fuga y Contrapuntos (1989), Círculos en acíbar (1992), Saurios en el asfalto (1997), Dame Placer(finalista premio Rómulo Gallegos, 1999), Melalcor y La mitad sombría (2006). En 2011 publicó La isla de la última verdad, que ha sido traducida con éxito a varios idiomas. Tiene en su haber también libros de relatos, entre los que cabría destacar Género de Punto (2003), y Con la soga al cuello (2009). También ha publicado una colección de microrrelatos, Trastornos literarios, y poesía, Volver antes que ir. Experta navegante y lectora apasionada, la autora se dedica también a impartir cursos de escritura creativa, y desarrolla un blog (www.fcompany.blogspot.com) donde comparte sus ideas con otros internautas.

Un hombre mata antes de morir, y una mujer tiene que saldar esta deuda moral cuando quizá ya es demasiado tarde para el perdón.
Un buen día te levantas, te pones los vaqueros de siempre y la americana de cuero negra, entras en la consulta de un médico y sales sabiendo que te quedan cuatro meses de vida. Sabes también que no vale la pena luchar, así que lo mejor será ir saldando tus deudas y despedirte de lo poco o mucho que el destino te ha dado.
Enzo solo tiene a dos personas a quien decir adiós: ahí está Víctor, su amigo del alma, que un día le salvó la vida, y más lejos, tan lejos que casi no puede ni imaginarla, está Berta, una niña de cinco años que es su hija. Víctor, hombre calculador hasta el extremo de convertir los sentimientos en ecuaciones, le pedirá un último favor. Berta, cuando sea mayor, descubrirá que su padre murió cargando con una culpa que ella tiene que aliviar. ¿Vale la pena intentarlo?, ¿tiene sentido pedir perdón cuando quizá es demasiado tarde?
Como todas las buenas novelas, Que nadie te salve la vida plantea preguntas en vez de consolarnos con respuestas, y el talento de Flavia Company acompaña al lector en una historia donde casi nada es como debería ser.

Entrevista:

P.- Libro de profundas reflexiones sobre la culpa, el perdón y las deudas vitales que todos encajamos alguna vez. ¿Cómo surgió la idea y qué te impulsó a emprenderla?
Tiene que ver todo con la imagen final del libro. Ese sorprendente final es lo primero que a mí se me ocurrió, obligando al lector a repasar hacia atrás todo lo que ha leído. Es como la idea que propone el protagonista de que la muerte es la traducción de la vida: la cercanía del final te obliga a repasar todo lo que has hecho y en este caso leído. A partir de ese final voy estructurando toda la novela, y como yo escribo con la cabeza, cuando termino de hacerlo vuelco sobre el papel.
La idea de partida que me mueve es que yo creo que la supervivencia y la convivencia entre los seres humanos solo es concebible gracias a la empatía. Sin ese aceite que permite lubricar el engranaje de la humanidad, de nuestra existencia humana, nada funcionaría. Y en ese sentido, creo que la empatía tiene también mucho que ver con el perdón.

P.- Perdón y culpa van en tu libro de la mano. Pero ¿no crees que falta una tercera ligazón que sería el castigo?
Mi propuesta es un análisis sobre lo que supone la culpa y lo que supone la responsabilidad. Enzo no se siente culpable sino responsable, y Víctor se siente culpable pero no responsable. Solo la responsabilidad permite la redención. Cuando una persona puede elegir entre el bien y el mal, lo que le atormenta es elegir el mal, sabiendo que podría haber escogido hacer el bien. Eso crea un remordimiento que es lo que le permite su redención: su salvación es reconocer lo que ha hecho. Por el otro lado, la gente que siente culpa en lugar de responsabilidad, no avanza, no crece, pues siempre atribuirá sus actos a las circunstancias.
El premio por hacer el bien es el mismo bien, y el castigo de ser malo es mismamente ser malo. No hay mayor desgracia que cargar con esa maldad, llegar a tu muerte y ver que solo has provocado padecimiento, dolor o injusticia. Y aún así pienso, que el castigo, tarde o temprano llega, por una cuestión de justicia poética y de orden universal.

P.- Hay un trasfondo de maldad que subyace a lo largo de la historia. ¿No hay forma de escapar al mal? ¿Quién lo representa mejor Víctor o Enzo?
Creo que Enzo es una buena persona que comete un acto de maldad, y Víctor es una mala persona. Los actos equivocados, por graves que sean, no te convierten en una mala persona si tú reconoces tu responsabilidad. Esos actos no te convierten en una mala persona sino en una persona equivocada.
En ese caso el haber hecho el mal es algo que tú mismo nunca te vas a perdonar. La buena noticia que yo quiero transmitir en esta novela es que el bien se elige, y el mal también. Se puede elegir.

P.- Las heridas no cerradas terminan por volver a sangrar. El pasado se presenta como una identidad irrechazable. ¿Somos nuestro pasado?
Totalmente. La carta que Enzo escribe a su hija es la representación de la memoria histórica. Si mi novela la lees en clave histórica, más generalista quizás, hay un planteamiento sobre el orden universal y el fluir espiritual. Las culpas que se arrastran a nivel histórico están todavía presentes. Aquello de lo que no se habla, no tiene por qué dejar de existir. Lo intangible y lo invisible existe, y siempre acabará por salir, sería como mentir por omisión. La mentira es como una hipoteca: empiezas por una pequeña, pero dentro de unos años las mentiras te estarán inundando.

P.- Otro tema es la soledad, como razón clave para inseguridades y errores.
Piensa que esta es una novela en defensa del amor, pero no solo del amor de pareja, sino del amor entre los seres humanos. Vamos a querernos… evitemos esa soledad pues las dependencias que se crean a partir de las inseguridades pueden ser realmente profundas.

P.- Hablas de la curiosidad y la fe como dos maneras de enfrentarse a la vida, de la inquietud como rasgo diferenciador de las personas inteligentes. ¿Es mejor vivir haciendo siempre preguntas, cuestionándolo todo, o dejarse llevar por la apatía de la rutina?
Claro está que es mejor vivir haciéndose preguntas. Las preguntas son la vida, porque son el deseo de conocer, de saber, de seguir… una pregunta es un deseo. Y la respuesta es el final de algo. Si tú vives en el final, te has muerto, de ahí que lo interesante sea vivir siempre haciéndose preguntas. Una de las pocas obligaciones de los seres humanos cuando venimos a este mundo, es llegar a ser nosotros mismos, y para eso tenemos que cuestionarnos todo. Y este es un trabajo de vida.

P.- Novela de continuos trazos poéticos que a veces alivian la profundidad del tema central. ¿Crees que esta es la mejor manera de afrontar asuntos tan profundos en el ser humano?
Yo creo que el ritmo en una novela debe ser ágil, y que existan respiros visuales y poéticos para el lector es importante. Esta es una novela muy visual que procura evitar la reflexión continua. Hace pensar está claro, pero en sí, no es una novela reflexiva. Y en determinados momentos, tras muchas acciones, me gusta introducir sentencias que coloquen al lector en ese punto de meditación.


Fotografía de la autora: © Laura Zorrilla.
P.- ¿Podríamos decir entonces que tu novela es más filosófica que de suspense? ¿Más moral que psicológica?
Es una novela moral que bebe de fuentes filosóficas claras. Hace referencia al Dostoievski de Crimen y castigo, a esa sociedad en que la vida tenía otros valores, y con principios humanistas que creo deberíamos analizar. Nuestra sociedad está necesitada de recuperar el entusiasmo por las cosas que no se compran ni se venden. Tengo la sensación que nuestra sociedad de consumo valora sobre todo lo material, aquello con lo que se puede comerciar. Pero realmente, lo importante es aquello que no se puede comprar ni vender: el amor, la amistad, la solidaridad, la ternura, la empatía…
Esta novela plantea debate, enfrenta dilemas morales en cada una de sus partes. Y esto es algo intencionado para hacer pensar al lector.

P.- Pocos personajes pero intensos, profundos, cargados de empatía. ¿Es necesaria la identificación del lector para que la historia funcione?
Es importante sí. Hay muchos personajes con los que identificarse, incluso con alguno de los personajes secundarios. Cada uno de esos secundarios representa valores como la dignidad, la magia o la bondad, y que precisamente son la muestra de lo que defienden los personajes principales.

P.- “Con las palabras se ofrece y se promete, con las acciones se cumple.” ¿Es la literatura una forma de cumplir?
Para mí, sí. La literatura es para mí no solo una vocación, sino un deber moral, de ahí que mi literatura sea siempre comprometida. Aunque por delante pongo la voluntad de estilo y la vocación artística, mis libros siempre son más comprometidos que de entretenimiento.

P.- Tal y como está el panorama, ¿crees que una novela severa con las conciencias es la única manera de remover al lector?
Me gustaría que lo fuese, que esta novela sirviese a los lectores para debatir sobre el mundo delante de un café, que le motivara a eso. Ahora que el mundo pretende hacer del arte un espectáculo y un objeto de entretenimiento, nada más, los escritores tenemos la obligación de alzarnos y decir que esto no es solo entretenimiento, que la literatura es algo más: la transmisión del conocimiento, de la sensibilidad, del saber …

P.- Novela, relato, poesía, blog… ¿Qué prefieres? ¿Cuál crees que es el mejor medio para llegar al lector?
Jamás me planteo si voy a escribir una novela o un cuento… depende de la exigencia de la idea que quiera transmitir, del texto acorde a ella.

P.- Eres muy conocida en Alemania. ¿Crees que son cada vez más valorados los autores en castellano en países tan cerrados como Alemania, Inglaterra, EEUU…?
Yo creo que son casos puntuales. En mi caso ocurrió con La isla de la última verdad, que apareció allí casi al mismo tiempo que en castellano, y que se vendió muchísimo. De hecho, en octubre sale también en EEUU, con una editorial muy reconocida, de grandes autores como Nothomb, Wolf, Hrabal o Kundera. Estoy realmente muy contenta.

P.- ¿Tienes nuevos proyectos de los que nos puedas hablar?
Estoy muy avanzada en un libro de relatos que se publicará en Páginas de Espuma a finales del próximo y que se titulará El destornillador de Texas.

lunes, 10 de agosto de 2015

MELALCOR CONTRA EL GRAN CUADRICULADO

Comentarios de un lector (Carles Tàvec) sobre la obra de Flavia Company “Melalcor”

Há um cansaço da inteligência abstracta, e é o mais horroroso dos cansaços. Não pesa como o cansaço do corpo, nem inquieta como o cansaço do conhecimento e da emoção. É um peso da consciência do mundo, um não poder respirar da alma.

Hay un cansancio de la inteligencia abstracta, y es el más horrendo de los cansancios. No pesa como el cansancio del cuerpo, y tampoco inquieta como el cansancio del conocimiento y de la emoción. Es el peso de la conciencia del mundo, un no poder respirar del alma.

Fernando Pessoa, El libro del desasosiego.  Párrafo de las páginas 95 y 96 de Melalcor, en la  edición de Muchnik Editores.

Mi corazón ya no aguanta,/ El modo en que doblas la manta,/Y si te vas no volverás,/ ¿Por qué será que no llega mi muerte/ si al fin y al cabo no soy tan fuerte?/ Y tú eres consciente/ con tu lúcida mente/ Adiós, pues, mi amante,/ has cumplido muy galante.

Señora Savalt  

El título de este conjunto disjunto de comentarios es más propio de un comics que de una novela, y sin embargo es el que mejor refleja mi lectura de Melalcor.

Confieso que he leído una nota del diario El País del año 2001, y también algunos escritos que flotan en la web en los que se comenta la obra; pero mi enfoque diverge de esos al no ser una crítica literaria que no estoy capacitado para hacer, sino opiniones subjetivas que hasta pueden contrastar con la idea en torno a la cual la autora escribió la obra.

Coincido en que el problema de la identidad (quién soy), en íntima relación con el concepto de personalidad (cómo soy) está presente en Melalcor; pero no asocio ese aspecto con la heterosexualidad, la homosexualidad, o la bisexualidad, sino con la cuestión más profunda del ser.

No es este el lugar para explayarse sobre aspectos de la Psicología, por eso solo diré que la obra me resulta junguiana en cierto sentido, desde que hace patente las contradicciones desgarradoras que aquejan al individuo narrante (él/ ella), ya que mientras su conciencia lo/ la obliga a acatar su rol predeterminado dentro de la familia (vista como institución caduca) y a responder como persona (máscara) según lo que se espera de él/ ella, el inconsciente le exhibe sus deseos en primer plano, empujándolo hacia una liberación que por indecisión le cuesta realizar. El resultado es una neurosis manipulada con habilidad por el entorno. El individuo narrante se siente tironeado y entra en la desesperación antes de encontrar el camino. Por eso me parece un acierto de la obra haberles dado carácter autónomo a La Gran Culpa y a La Gran Fuerza Creadora, como si fuesen dos personajes que encarnan fuerzas contrapuestas, una lucha de titanes.

Padre omnipotente y golpeador, madre sumisa (“la estreñidita”), y hermano mayor preferido por causa de su adaptación al sistema tejen un lazo muy fuerte como para que el narrador intente liberarse. Prefiere engañarse y tratar de alcanzar la zanahoria, aunque eso signifique renunciar a lo que quiere; pero cada día que pasa la hortaliza está más lejos….

El miedo a sentir, es decir, el miedo a ser, a comprometerse, que en definitiva es miedo a crecer, espanta al individuo narrador, que en un huida hacia adelante escinde el sexo del amor, porque el sexo es pasajero, satisface una necesidad y ya; pero el amor exige continuidad, renunciamientos y cuidados, un entregarse en cuerpo y alma, y eso le provoca pánico.

Con prosa antibarroca, que podría leerse a la velocidad de la moto que conduce el individuo narrante, la autora ha escrito un alegato en contra de ciertas convenciones sociales e instituciones, y en contra de esa necesidad en parte insana de clasificarlo todo, de cuadricularlo, de medirlo, pesarlo y empaquetarlo, como hace Lola, uno de los personajes.

Pero “ojo al piojo”, como decimos en la Argentina, pues detrás de esa escritura sin lastre cada párrafo es como un iceberg: concentra no solo la densidad de las palabras escritas sino también el peso de las otras, las sumergidas, que el lector irá reflotando según sus pálpitos. Por esa razón pienso que puede haber tantas versiones de Melalcor como personas la lean, pues la autora consigue involucrar al lector como copiloto de la travesía, tal vez siguiendo la tradición del maestro Julio Cortázar, al que algunos intelectualoides ningunean por no querer o no poder comprender el enfoque lúdico que de la literatura tenía el Cronopio Mayor.

Los seres humanos somos una especie en tránsito desde la animalidad instintiva de los mamíferos, que se conserva en lo profundo de nuestro cerebro primitivo anestesiada por las represiones, las convenciones y las imposiciones, hacia algo desconocido, de lo que empero somos protagonistas.

Si Melalcor pretendiera dejar un mensaje, tal vez sería este:

Atrévete a ser tú mismo, y a cumplir tus deseos contra todo lo que pretenda impedírtelo.   


  

martes, 4 de agosto de 2015

CRÓNICA DE UNA NOCHE ANUNCIADA: EL TIEMPO, EL IMPLACABLE, EL QUE PASÓ.

Hace apenas unas horas ayer era hoy, es decir 4 de agosto, y yo estaba en Ayacucho 555 a las 19 hs asistiendo a la conferencia “El tiempo de la novela”, a cargo de Juan José Becerra, con la coordinación de Violeta Serrano y Carlos Skliar.

Y debe ser cierto, como se afirmó allí, que la magnitud del tiempo no se mide con un reloj sino por la percepción que tenemos de él según lo que hagamos sea placentero o desagradable, porque a mí las dos horas se me pasaron volando, como ese pájaro que se puso como ejemplo de momento intenso y efímero.

De la charla me quedó que el tiempo es como una lluvia que nos empapa metafóricamente con agua del río de Heráclito, cauce que el filosofar convirtió en devenir que nos atraviesa como nosotros lo atravesamos en una sucesión de vivencias que el artista busca representar en su obra con mayor o menor suerte.  

Siguiendo el hilo del discurso, cada individuo percibe la realidad conforme al momento que está viviendo, con sus premisas, criterios, sensaciones y estados de ánimo, y por esa razón diferenciar los distintos tipos de tiempo es un ejercicio intelectual que solo sirve para que no nos tilden de alienados o ignaros.

La novela es el género de la duración, se dijo, en contraposición con el cuento o la poesía, que representan un momento breve e intenso. La novela se asume como reparación de una realidad que no nos deja tiempo ni siquiera para pensar en las implicancias del no-tiempo, es decir, de todo eso que dejamos de experimentar precisamente por estar viviendo conforme a las pautas de una sociedad que nos adocena con unos lavados de cerebro tan sutiles como efectivos.             

Pienso, en línea con lo que se trató en la charla, que no se puede recrear el tiempo pasado, ni con exactitud ni con aproximación, puesto que como muy bien señaló Juan José Becerra, la memoria es selectiva y además padece de lapsus diversos, y esa es la razón por la cual toda pretensión de reconstrucción del pasado termina en una ficción.

Por último, rescato la definición de escribir como acto bestial, es decir conducido por el instinto de nuestro cerebro primitivo y no por el intelecto, que es racional y limitativo. Sentarse a escribir con regularidad y con ese solo propósito, y hacerlo con disciplina, sin detenerse a meditar sobre lo que se escribe ni corregirlo, es la fórmula de Juan José para no detener la fluencia del relato.

Y el tiempo pasó implacable, y nos fuimos con él.  


 CT