DISCURSO DE DENIS
MUKWEGE, PREMIO NOBEL DE LA PAZ 2018
Oslo 10 de diciembre de 2018
En la noche trágica del 6 de octubre de 1996, unos rebeldes
atacaron nuestro hospital de Lemera, en República Democrática del Congo (RDC).
Más de 30 personas fueron asesinadas. Los pacientes fueron abatidos en su lecho
a quemarropa. El personal, que no pudo huir, fue matado a sangre fría. Yo no
podía imaginar que aquello no era más que el comienzo.
Obligados a abandonar Lemera creamos el hospital de Panzi,
en Bukavu, donde sigo trabajando como ginecólogo-obstetra. La primera paciente
ingresada era una víctima de violación que había recibido un disparo en sus
órganos genitales.
La violencia macabra no conocía límite alguno. Esta
violencia no ha parado nunca. Un día, como otros, el hospital recibió una
llamada. Al otro lado del teléfono un colega en lágrimas imploraba: “Por favor,
enviadme rápidamente una ambulancia. Por favor, daos prisa”. Enviamos una
ambulancia como habitualmente lo hacemos. Dos horas más tarde, la ambulancia
regresó. En el interior, una pequeña de 18 meses sangraba abundantemente y fue
llevada inmediatamente a la sala de operaciones. Cuando llegué, las enfermeras
estaban anegadas en lágrimas. La vejiga de la bebé, su aparato genital, su
recto, estaban gravemente dañados por penetración de un adulto. Rezamos en silencio:
Dios mío, decidnos que lo que vemos no es verdad. Decidnos que se trata de un
mal sueño. Decidnos que al despertar todo irá bien. Pero, no se trataba de un
mal sueño. Era la realidad. Se ha convertido en nuestra nueva realidad en RDC.
Cuando llegó otro bebé consideré que este problema no podía
encontrar solución en el quirófano; que era preciso batirse contra las causas
profundas de estas atrocidades. Me dirigí al pueblo de Kavumu para hablar con
los hombres: ¿por qué no protegéis a vuestros bebés, a vuestras niñas, a
vuestras mujeres? ¿Dónde están las autoridades? Con gran sorpresa por mi parte,
los del pueblo conocían al sospechoso. Todos le temían porque era miembro del
Parlamento provincial y gozaba de un poder absoluto sobre la población. Desde
hacía varios meses su milicia aterrorizaba al pueblo entero. Habían instalado
el miedo matando a un defensor de los derechos humanos que había tenido el
coraje de denunciar los hechos. El diputado se libró sin consecuencias. Su
inmunidad parlamentaria le permitía abusar con total impunidad.
A estos dos bebés los siguieron decenas de otros niños
violados. Cuando alcanzamos la cifra de 48 víctimas estábamos desesperados. Con
otros defensores de los derechos humanos, alertamos al tribunal militar.
Finalmente, estas violaciones fueron perseguidas judicialmente y juzgadas como
crímenes contra la humanidad. Las violaciones de bebés en Kavumu cesaron, lo
mismo que las llamadas al hospital de Panzi. Pero el futuro psicológico, sexual
y genésico de estos bebés ha quedado hipotecado.
Lo que sucedió en Kavumu, que sigue produciéndose en
numerosos otros lugares, como las violaciones y masacres en Beni o Kasai, ha
sido posible por la ausencia de un Estado de derecho, por el derrumbamiento de
los valores tradicionales y por el reino de la impunidad, especialmente en las
esferas y personas en el poder.
La violación, las masacres, la tortura, la inseguridad
difusa y la flagrante falta de educación crean una espiral de violencia sin
precedentes. El balance de este caos perverso y organizado ha significado la
violación de cientos de miles de mujeres, más de 4 millones de personas
desplazadas en el interior del país, la pérdida de 6 millones de vidas humanas.
Imaginen ustedes el equivalente de toda la población de Dinamarca diezmada. Los
guardianes de la paz y los expertos de las Naciones Unidas no han quedado a
salvo; varios han encontrado la muerte cuando cumplían su mandato. La Misión de
las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (RDC) sigue presente
hasta hoy día a fin de que la situación no degenere todavía más. Se lo
agradecemos.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, esta tragedia humana
prosigue sin que los responsables de la misma sean perseguidos. Solo la lucha
contra la impunidad puede quebrar la espiral de la violencia. Todos tenemos el
poder de cambiar el curso de la historia cuando las convicciones por las que
luchamos son justas.
Majestades, Altezas, Excelentísimos señores y señoras,
Distinguidos miembros del Comité Nobel, querida Señora Nadia Murad, Señoras y
Señores, Amigos de la Paz.
Es en nombre del pueblo congoleño como acepto el Premio
Nobel de la Paz. Lo dedico a todas las víctimas de las violencias sexuales que
se cometen a través del mundo. Me presento ante ustedes con humildad para
llevarles la voz de las víctimas de las violencias sexuales en los conflictos
armados y para expresarles las esperanzas de mis compatriotas. Aprovecho la
ocasión para agradecer a todos los que durante estos años han apoyado nuestro
combate. Pienso especialmente en las organizaciones e instituciones de países
amigos, en mis colegas, en mi familia y en mi querida esposa Madeleine.
Me llamo Denis Mukwege. Vengo de uno de los países más ricos
del planeta. Sin embargo, el pueblo de mi país está entre los más pobres del
mundo. La turbadora realidad es que la abundancia de nuestros recursos
naturales - oro, coltán, cobalto y otros minerales estratégicos – alimenta la
guerra, fuente de la extrema violencia y de la pobreza abyecta de la RDC.
Nos gustan los hermosos automóviles, las joyas, los
artilugios. Yo mismo tengo un smartphone. Estos objetos contienen minerales que
se encuentran en mi país. A menudo son extraídos en condiciones inhumanas por
muchachos, víctimas de intimidación y de violencias sexuales. Cuando conduzcan
ustedes un coche eléctrico, cuando utilicen un smartphone o admiren sus joyas,
reflexionen un instante sobre el coste humano de la fabricación de esos
objetos. En cuanto consumidores, lo menos que podemos hacer es insistir en que
esos productos estén fabricados respetando la dignidad humana. Cerrar los ojos
ante este drama es ser cómplice. No son solamente los autores de las violencias
los que son responsables de sus crímenes; lo son también quienes optan por
mirar a otro lado.
Mi país es sistemáticamente saqueado con la complicidad de
personas que pretenden ser nuestros dirigentes. Saqueado por su poder, por su
riqueza y por su gloria. Saqueado a costa de millones de hombres, mujeres y
niños inocentes abandonados en una extrema miseria mientras los beneficios de
nuestros minerales terminan en las cuentas opacas de una oligarquía
depredadora.
Hace ya veinte años, días tras días, que en el hospital de
Panzi yo veo las desgarradoras consecuencias del mal gobierno del país. Bebés,
niñas, jóvenes muchachas, madres, abuelas, y también hombres y muchachos,
violados de manera cruel, a veces en público y colectivamente, insertando
plástico ardiente o introduciendo objetos contundentes en sus partes genitales.
Les ahorro a ustedes los detalles.
El pueblo congoleño es humillado, maltratado y masacrado desde
hace más de dos décadas a la vista y con conocimiento de la comunidad
internacional. Hoy, gracias a las nuevas tecnologías de la información y
comunicación, ya nadie puede decir: no sabía.
Con este premio Nobel de la Paz, llamo al mundo para que sea
testigo y les exhorto a ustedes a unirse con nosotros para poner fin a este
sufrimiento que avergüenza a nuestra común humanidad.
Los habitantes de mi país tienen desesperadamente necesidad
de paz. Pero: ¿Cómo construir la paz sobre fosas comunes? ¿Cómo construir la
paz sin verdad ni reconciliación? ¿Cómo construir la paz sin justicia y
reparación? En el momento mismo en que les hablo, un informe se está
enmoheciendo en el cajón de una oficina de Nueva York. Ha sido redactado tras
una investigación profesional y rigurosa sobre los crímenes de guerra y las
violaciones de los derechos humanos perpetrados en la RDC. Esta investigación
nombra explícitamente víctimas, lugares, fechas, pero elude a los autores. Este
Informe del Proyecto Mapping, establecido por el Alto Comisariado de las
Naciones Unidas para los Derechos Humanos, describe no menos de 617 crímenes de
guerra y contra la humanidad y, quizás incluso, crímenes de genocidio. ¿Qué
espera el mundo para que sea tomado en consideración? No hay paz duradera sin
justicia. Ahora bien, la justicia no se negocia. Tengamos la valentía de echar
una mirada crítica e imparcial sobre los hechos que desde hace demasiado tiempo
hacen estragos en la región de los Grandes Lagos. Tengamos el coraje de revelar
los nombres de los autores de crímenes contra la humanidad para evitar que
sigan enlutando esta región. Tengamos la valentía de reconocer nuestros pasados
errores. Tengamos la valentía de decir la verdad y de efectuar el trabajo de la
memoria.
Queridos compatriotas congoleños, tengamos el coraje de
tomar nuestro destino en nuestras manos. Construyamos la paz, construyamos el
futuro de nuestro país y juntos construyamos un mejor futuro para África. Nadie
lo hará en nuestro lugar.
Señoras, señores, amigos de la Paz,
El cuadro que yo les he presentado ofrece una siniestra
realidad, pero permítanme que les cuente la historia de Sara. Sara nos fue
transferida al hospital en un estado crítico. Su aldea había sido atacada por
un grupo armado que había masacrado a toda su familia, dejándola sola. Tomada
como rehén fue conducida a la selva. Atada a un árbol. Desnuda. Todos los días,
Sara sufría violaciones colectivas hasta perder el conocimiento. El objetivo de
estas violaciones como arma de guerra era la destrucción de Sara, de su
familia, de su comunidad. En una palabra, destruir el tejido social.
Cuando llegó Sara al hospital, no podía caminar ni tenerse
de pié. No podía retener la orina ni las heces. A causa de sus heridas
genitales urinarias y digestivas, con una añadida infección, nadie podía
imaginar que un día ella sería capaz de volver a ponerse de pié. Sin embargo,
cada día que transcurría, el deseo de seguir viviendo brillaba en los ojos de
Sara. Cada día, era ella la que animaba al personal sanitario a no perder la esperanza.
Cada día, Sara se batía por su supervivencia.
Hoy, Sara es una mujer hermosa, sonriente, fuerte y
encantadora. Se ha comprometido a ayudar a las personas supervivientes de una
historia similar a la suya. Ha recibido 50 dólares americanos, una ayuda que
nuestra casa de tránsito Dorcas acuerda a las mujeres deseosas de reconstruir
su vida en el plano socioeconómico. Sara dirige hoy su pequeña empresa. Ha
comprado un terreno. La Fundación Panzi le ha ayudado con unas chapas onduladas
para el techo. Ha podido construir una casa. Es autónoma y está orgullosa. Su
historia muestra que incluso si una situación es difícil y parece desesperada,
con determinación, siempre hay esperanza al final del túnel. Si una mujer como
Sara no se da por vencida, ¿quiénes somos nosotros para hacerlo?
Todo esto es la historia de Sara. Sara es congoleña. Pero
hay muchas Saras en República Centroafricana, en Colombia, en Bosnia, en
Nyamar, en Irak y en tantos otros países en el mundo en los que hay conflictos.
En Panzi, nuestro programa de cuidados holísticos, que
comprende un apoyo médico, psicológico, socioeconómico y jurídico, muestra que,
aunque el camino de la curación sea largo y difícil, las víctimas poseen el
potencial para transformar su sufrimiento en poder. Pueden convertirse en
autoras de un cambio positivo en la sociedad. Es el caso ya citado de la Ciudad
de la Alegría, nuestro centro de rehabilitación en Bukavu, donde las mujeres
son apoyadas para que retomen su destino en sus manos. No obstante, ellas no
pueden lograrlo solas y nuestra función es la de escucharlas, del mismo modo
que hoy escuchamos a la Sra. Nadia Murad.
Querida Nadia, tu valentía, tu audacia, tu capacidad para
darnos esperanza son una fuente de inspiración para el mundo entero y para mí
personalmente.
El premio Nobel que nos es otorgado hoy no tendrá valor real
más que si puede cambiar correctamente la vida de las víctimas de las
violencias sexuales en el mundo y llevar la paz a nuestros países.
Así pues, ¿Qué podemos hacer nosotros? ¿Qué pueden hacer
ustedes?
En primer lugar, asumir que es nuestra responsabilidad que
actuemos todos. Actuar es una elección. Actuar:
- Para detener la violencia contra las mujeres.
- Para crear una masculinidad positiva que promueva la
igualdad de sexos, tanto en tiempo de paz como de guerra.
- Es una opción apoyar o no a una mujer
• Protegerla
o no
• Defender
o no sus derechos.
• Batirse o
no a su lado en los países asolados por conflictos
- Es una opción construir o no la paz en los países en
guerra
Actuar es rechazar la indiferencia. Si hay que hacer la
guerra, que sea contra la indiferencia que corroe nuestras sociedades.
En segundo lugar, todos somos deudores ante esas mujeres y
sus familias; debemos apropiarnos de su combate. También los Estados deben
cesar de acoger a los dirigentes que han tolerado, o peor, que han utilizado la
violencia sexual para acceder al poder. Los Estados deben cesar de recibirlos
con una alfombra roja y deben, más bien, trazar una línea roja contra la
utilización de la violación como arma de guerra. Una línea roja que sería
sinónimo de sanciones económicas, políticas y de persecución judicial. Realizar
un acto justo no es difícil, es cuestión de voluntad política.
En tercer lugar, debemos reconocer los sufrimientos de las
supervivientes de todas las violencias sexuales perpetradas contra las mujeres
en los conflictos armados y apoyarlas de manera holística en su proceso de
sanación. Insisto en las reparaciones, en las medidas que les den compensación
y satisfacción y les permitan comenzar una nueva vida. Se trata de un derecho
humano.
Hago un llamamiento a los Estados para que apoyen la
iniciativa de la creación de un Fondo global de reparación para las víctimas de
violencias sexuales en conflictos armados.
En cuarto lugar, en nombre de todas las viudas, de todos los
viudos y de los huérfanos de las masacres cometidas en la RDC y en nombre de
todos los congoleños deseosos de paz, hago un llamamiento a la comunidad
internacional para que consideren el Informe del Proyecto “Mapping” y sus
recomendaciones.
Que se haga justicia. Ello permitiría al pueblo congoleño
que por fin sean llorados sus muertos, hagan su duelo, perdonen a los verdugos,
superen sus sufrimientos y miren serenamente hacia el futuro.
Finalmente, tras 20 años de efusión de sangre, de
violaciones y de desplazamientos masivos de poblaciones, el pueblo congoleño
espera desesperadamente la aplicación de la responsabilidad de proteger las
poblaciones civiles cuando su gobierno no puede o no quiere hacerlo. Espera
avanzar en el camino de una paz duradera. Esta paz pasa por unas elecciones
libres, transparentes, creíbles y en un clima de apaciguamiento.
“¡Pongámonos a trabajar, pueblo congoleño!”. Edifiquemos un
Estado en el que el gobierno esté al servicio de su población. Un Estado de
derecho, emergente, capaz de generar un desarrollo duradero y armonioso, no
solamente en la RDC sino en toda África. Construyamos un Estado en el que todas
las acciones políticas, económicas y sociales se centren en el ser humano y en
el que la dignidad de los ciudadanos sea restaurada.
Majestades, Distinguidos miembros del Comité Nobel, Señoras,
señores, Amigos de la Paz,
El desafío es claro; está a nuestro alcance. En nombre de
las Saras, de las mujeres, hombres y niños del Congo, les lanzo a ustedes un
llamamiento urgente de que no nos den solamente el Premio Nobel de la Paz sino
que se pongan ustedes de pié y digan todos juntos y en voz alta: “¡Basta ya de
violencia en RDC! ¡Ya es demasiado! ¡La Paz, ahora!”.
¡Muchas
gracias!
Denis
Mukwege
The Nobel
Foundation 2018
Traducción del
francés, Ramón Arozarena
Edición y revisión, Rafael Sánchez