…Yo
nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los
árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis
espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura.
Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista
he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas,
no habiendo yo dado alguna a Grísóstomo ni a otro alguno, en fin de ninguno
dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si
se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba
obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora
se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la
mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de
mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este
desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué
mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le
entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mí mejor intención
y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora
si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado,
desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el
que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida
aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito. El cielo aún hasta ahora
no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección
es excusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de
su particular provecho; y entiéndase de aquí adelante que si alguno por mí
muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque a quien a nadie quiere, a
ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar en cuenta de
desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala;
el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien
cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y
esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera.
Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de
culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía
de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga
con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las
ajenas. Tengo libre condición y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a
nadie; no engaño a éste, ni solicito a aquél, ni burlo con uno, ni me entretengo
con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas v el cuidado
de mis cabras me entretienen; tienen mis deseos por término estas montañas, y
si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina
el alma a su morada primera. Y en diciendo esto, sin querer oír respuesta
alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte que allí
cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a
todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras (de aquellos que de la poderosa
flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos) de quererla seguir, sin
aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual, visto por don
Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a
las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e
inteligibles voces, dijo: -Ninguna persona, de cualquier estado y condición que
sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa
indignación mía. Ella ha mostrado con claras razones la poca o ninguna culpa
que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con
los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo que, en lugar de
ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo,
pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive. O ya
fuese por las amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijo que
concluyesen con lo que a su buen amigo debían, ninguno de los pastores se movió
ni apartó de allí hasta que, acabada la sepultura y abrasados los papeles de
Grisóstomo, pusieron su cuerpo en ella, no sin mucha lágrimas de los
circunstantes. Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tanto que se
acababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer con un epitafio
que había de decir desta manera:
Yace aquí de un amador
el mísero cuerpo helado,
que fue pastor de ganado,
perdido por desamor.
Murió a manos del rigor
de una esquiva hermosa ingrata,
con quien su imperio dilata
la tiranía de amor.
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